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EZTABAI

Aprender, esa gran aventura (II)

agosto 31, 2019 by Mikel Leave a Comment

El primer post quedó pelín largo así que he decidido hacer pequeñas píldoras sobre uno de los temas que me apasionan, el aprendizaje. No me acuerdo cómo aprendí a hablar o a andar, pero sé que fui muy prematuro en ambas actividades. Supongo que el proceso fue igual en todos los infantes: escucha, repetición, más escucha y más repetición. Seguro que al principio se me trabucarían los verbos irregulares, pero a los pocos meses ya hablaba como una cotorra y eso ha ido a peor. Antes de entrar en harina con mis primeros aprendizajes, quiero que escuchen este podcast de mi admirado Xurxo Mariño, que además tiene un anzuelo adecuado: «Para tener memoria debemos tener lenguaje«. Sí, es un capricho del autor del blog, pero vayan y vuelvan.

Al entrar en parvulitos tenía que recuperar el año que no había estado con la gente de mi edad, su «primero de parvulitos», así que el primer día de escuela me quejé a mi aitite que era el que me fue a buscar: «No quiero volver, sólo enseñan a cantar y a rezar, y eso es inútil«. Luego ya me pilló la señorita Mari por banda y en unos meses leía, hacía cuentas y era un repelente «niño Vicente«, por si no lo era ya antes. ¿Cómo aprendía a leer? Pues como todo el mundo en aquella época, método silábico o así, vamos, eso de «la eme con la a, ma«, de ahí pasar a «mi mamá me mima«, a leerlo y a escribirlo, y luego ya, pues eso, ancha es Castilla. Pero este post se lo quería dedicar a algo que marcó mi infancia y mi adolescencia, a un juego que aprendí con 6 años y unas minipiezas de los Juegos Geyper.

Pues sí, el ajedrez me apasionó desde muy pequeño y quiero ponerlo como ejemplo de aprendizaje. Mi aita venía del curro a comer a eso de las 12:40, yo había llegado una media hora antes, comíamos y luego, antes de marcharse otra vez a trabajar a la tarde (trabajaba también los sábados), tenía un ratito que dedicaba a leer el periódico. Estando yo en 1º de Primaria, un mediodía le cambié su costumbre y le dije que me enseñara a jugar a eso de las piecitas. Con santa paciencia me mostró cómo se colocaban y cómo se movían, que si los peones en la salida podían avanzar una sola casilla o el doble (desorganizados estos peones), que comían en diagonal (lo dicho, un caos), que si el Rey se movía poquito y para todos los sitios y la Dama mucho más (no había MeToo entonces), la Torre en horizontal (ves, eso va bien), el Alfil en diagonal y por el color de la casilla de salida (mekauen, esto se complica) y el Caballo era el único que podía saltar piezas y hacía como una «ele» para delante y para atrás, un sindiós. Bueno, aquella sesión dio para lo que dio, movimientos, dinámica de juego y poco más, ni aperturas, ni comer al paso, ni enroques. Debió ser muy motivante para mí porque me acuerdo hasta del sitio donde recibí esa primera lección, y de cómo me fui a clase a la tarde con la sensación interna esa de «este juego está hecho para mí». Vale, digamos que había «aprendido» a colocar las piezas y a moverlas, a respetar los turnos, pero, ¿de verdad había aprendido a jugar al ajedrez? Pues va a ser que no.

Tuve que echar muchas partidas con mi aita, me enseñó mates rápidos, el famoso pastor entre ellos, me dio nociones de cómo hacer una apertura, de cómo ocupar el espacio, de jamás arrinconar a mi Rey, de no intentar comer demasiadas piezas y de pensar más allá del siguiente movimiento. Yo era muy pequeño y con 6-7 añitos mi ELO supongo que era casi negativa, me esforzaba en durar cada vez más antes de sucumbir a la derrota, en poner en practica las cinco normas que he mencionado arriba, hasta que un día le gané a mi aita (igual se dejó). Me acuerdo que aquello fue un punto de inflexión, tuve un rato de euforia y nada más, creo que consideré que había quemado una etapa y de hecho dejé el ajedrez bastante tiempo, hasta que algunos de mis amigos aprendieron y lo retomé. Sí, luego estuve en el equipo de la escuela, era el 4º tablero de 7, o sea, había 3 mejores que yo, ganamos algunas medallas, pero eso es otra historia y la contaré en otro momento. Vamos al turrón, al aprendizaje.

Aprender a jugar al ajedrez es un proceso donde se ven implicados muchos mecanismos de esos que les pirran a la gente de pedagogía, a saber:

  • Memoria para las aperturas y los finales de partida
  • Motivación
  • Estrategia y planificación
  • Confianza en uno mismo y en sus posibilidades aunque las cosas se pongan muy difíciles
  • Curiosidad para aprender nuevas celadas, nuevas combinaciones
  • Superación, tanto la que suponga la victoria como la derrota
  • Fijación, o sea, que cada día seas mejor a tenor de lo aprendido y no vayas hacia atrás en tu evolución
  • Buena comunicación, empezar la partida y acabarla con un apretón de manos. Y otra cosa, lo que ha pasado en el tablero se queda en el tablero

Vale, todo muy bonito, ahora hay que pensar en cómo casamos todo esto con nuestros curricula salvajes. Le podemos poner el disfraz pedagógico que queramos, pero no es lo mismo aprender algo que te gusta que algo que te imponen, y que hoy es una ecuación del demonio, mañana es una conjugación, al otro es vocabulario, o a la siguiente hora es meterte en la cabeza lo capullo que era Fernando VII (AQUÍ Concostrina lo borda).

Aprendí a jugar al ajedrez usando mi memoria, mi capacidad de inferir los siguientes movimientos y práctica, mucha práctica. Cuando retomé el ajedrez unos años después, concidí con las partidas de aquel duelo épico de 1972 entre Spassky y Fischer. Se publicaban en el periódico todavía con aquella notación de «peón cuatro rey, caballo tres alfil rey» y yo las repetía en mi tablero que había mejorado mucho desde aquel de Geyper. Intentaba entender la estrategia, las razones de perder una pieza para ganar una posición, no desaprendía para aprender mejor, ni pa’dios, aprendía sobre lo ya sabido y de nuevo tiraba de mis compañeros poderosos: memoria, análisis y planificación. Sin morondangas de inteligencias múltiples, ni neuromoñadas, a pinrel, así aprendíamos y hoy todavía es el día que de vez en cuando echo una partidita. En el insti he dado un taller de ajedrez y mis ocho alumnos y alumnas creo que han disfrutado: cuatro reglas, memoria, algo de estrategia, planificación y a triunfar. Eso sí, obligatorio darse la mano antes y después de la partida.

¿Cómo aprendemos? Pues en el próximo post le va a tocar a la poesía. Es curioso, he perdido el gusto por ella, ahora me parece prosa para tartajas, pero de niño me gustaba recitar y me aprendía las más largas con más gusto. ¡Ay, la edad!

PS: «Buenos días, doctor Falken… ¿Le apetece jugar una partida de ajedrez?» Pues AQUÍ o AQUÍ

 

Filed Under: Educación, insti

Aprender, esa gran aventura (1)

agosto 20, 2019 by Mikel Leave a Comment

«axial-montage» by mudfud is licensed under CC BY-NC-ND 2.0 

A veces en Twitter te encuentras hilos que te remueven viejas sensaciones, luego discutes a cara perro con otros docentes o discentes para llegar a conclusiones jugosas. Antes de irme a subir montes a Pirineos andaba yo con los hilos de Héctor Ruiz Martín, así que para conocer las circunstancias pinchen AQUÍ, vayan, lean los hilos por orden y vuelvan.

¿Cómo empecé a aprender? Con 3 añitos o así me aprendí un cuento de memoria mientras me lo leía mi aitite Miguel, de hecho aún me acuerdo de todo el texto:

El indio wachuki

pequeño chikaua

del árbol más alto

hizo su piragua.

El arco y las flechas

allí colocó

y en el río Grande

el niño embarcó.

Mi aitite presumía de un diminuto nieto (siempre he sido un enano), que había aprendido a leer por sí mismo, y en la fragua del pueblo donde veraneábamos los otros abueletes flipaban cuando veían al moco recitar y pasar hojas en su orden correcto. Por cierto, no aprendí a leer hasta los 5 años, ni siquiera hice dos años de parvulitos como el resto de mi generación, entré en la escuela, hice un año con la señorita Mari, amiga de mi aitite, por cierto, y aprendí a leer en pocos meses, luego ya fue un no parar. Desde muy pequeño me gustaba sacar las mejores notas, competía conmigo mismo, no con mis compañeros, así que leía y leía, pedía enciclopedias, devoraba el periódico, me gustaba saber de todo y demostrarlo escupiendo datos como un «niño repelente». A los mejores expedientes de 1º de Primaria nos pasaron a 3º directamente alegando problemas de sitio, luego en 5º llegó la EGB y nos retuvieron un año para volver a conectar «con la gente de la misma edad», merde, después de haber sacado unas notas excelentes. Ese año nos cambiaron el libro de lectura y aún recuerdo poesías enteras, párrafos de pe a pa, de aquel libro azul de Lecturas recomendadas, que si «el conde Olinos», que si «Era Juaquinillo tan feo…», que si «Amenábar, Amenabar, moro de la morería…». Recuerdo que por entonces tenía una especie de memoria eidética, vamos, que se me quedaba todo lo que leía, escuchaba o veía, es más, aún vivo de las rentas y me acuerdo de anuncios de la tele de finales de los 60 y principios de los 70, o imágenes detalladas de los libros de ciencia ficción que tragaba.

Más tarde llegaron años duros, en 6º, 7º y 8º de EGB la cosa se complicó, me hicieron pruebas de inteligencia, le sugirieron a mi familia que me sacaran de la escuela y me metieran en Jesuitas para aprovechar mi talento (?), pero no había ni dinero, ni ganas, yo quería seguir en la que había sido mi escuela, la de mi aita, la de mi aitite y la que empezaba a ser de mi hermana. En esos tres años se multiplicaron las materias, había que estudiar y aprender muchas cosas, conjugaciones, operaciones matemáticas, biografías de músicos, historia, ortografía, sintaxis, otro idioma, cívica (un FEN descafeinado), química, física, demasiadas cosas. Para cada asignatura tenías una «estrategia de aprendizaje», estudiada, inspirada u obligada por las circunstancias, así que, vayamos por partes:

  • Para aprender matemáticas había que hacer una y otra vez fichas y más fichas, ejercicios, porcentajes, reglas de tres, fórmulas de geometría, había que manchar muchas hojas y agotar mucho boli. Yo usaba blocs viejos que pillaba en la basura y la parte de atrás de los panfletos publicitarios que llegaban a los buzones.
  • Para aprender idiomas había que memorizar estructuras (ya he escrito la palabra maldita), ortografía, léxico, sintaxis, y reescribir muchas oraciones con los recursos que daban en mi caso el castellano y el francés.
  • Para aprender música o historia había que memorizar y memorizar, inventarte películas, reglas nemotécnicas de tu propia cosecha o copiadas de tus mayores, recitar listas de reyes y sus consortes, de batallas, de sinfonías, un sindiós. En 7º y en 8º el profe de historia, un franquista redomado, no nos daba clase, todos los días teníamos examen que corregíamos entre nosotros bajo la amenaza de supervisión si éramos generosos en la puntuación.
  • Para aprender biología, física o química había que memorizar conceptos y/o fórmulas nuevas, entender la lógica de esas ecuaciones y aplicarlas a los ejercicios. ¿Estrategias? Mucha repetición, muchas formas de organización diferentes como reescribir tablas, «fotografiar» ecuaciones en la cabeza, aplicar la lógica en las valencias, inventarse nombres graciosos para conceptos nuevos.
  • Para todo el resto de asignaturas los sistemas variaban, trabajo en Pretecnología, inspiración en Plástica, «memorización basuril» para Cívica, esto es, aprender leyes del movimiento nacional y mierdas de esas para olvidarlas cuanto antes.

Pues bien, casi nunca nos enseñaron cómo se estudiaba, cómo se aprendía, lo hacíamos con una suerte de try&error, a ver qué salía, si algo funcionaba en una asignatura, en otra parecida pues igual también iba. Y así salimos de la escuela al instituto con una capacidad memorística que hoy envidio, una estrategia para cada materia, una capacidad de adaptación a cada docente según qué le molaba en cada momento y poco más. O sea, lo mismo que pasa ahora sólo que dos años antes.

Después llegaron el insti y la universidad, toneladas de información, estrategias diferentes, control del tiempo, manías de cada docente, horas y horas de chapa sin nada audiovisual que llevarse al ojo. Mientras, en casa, leíamos y tragábamos televisión, poca y poco variada, pero era lo que había. Siempre que teníamos algo de dinero el cine nos enseñó otros conceptos que no se aprendían ni en la escuela ni en la familia, fantasías, vidas vividas por los otros, los que tenían posibles. Aprendimos frases enteras que podían servir para ligar, para vender y hasta para quedar bien en un examen. Soñábamos con un mundo de coches voladores, o un planeta apocalíptico reventado por una guerra nuclear. Aprendimos palabras en inglés de canciones o películas, algunas irreproducibles como el «Acachú de moltiplayer» de Grease, memorizábamos preguntas del Trivial para epatar a las amistades, alineaciones de equipos, datos biográficos de gente desconocida o conocida, aprendimos a discutir en cuadrilla, a respetar el turno de palabra, a no aplicar la máxima «del que más chifle, capador». Sobre esto ya escribí algo AQUÍ.

Últimamente estoy leyendo mucho sobre ese concepto tan redondo del «aprendizaje significativo», sobre lo que empezaba este post, esto es, cómo evocar lo que se aprende sobre lo ya aprendido. Por cierto, ahora que me acuerdo, el concepto de «desaprender» también tuvo otro post incendiario AQUÍ, así que llueve sobre mojado. Bueno, seguimos. Más importante que el qué se aprende parece que actualmente es el cómo se aprende, y ahí hay una pelea nada encubierta entre docentes, pedagogos/as, psicólogos/as, que si te atizo con la evidencia científica, que si todo lo de Héctor es «perpectiva psicologicista» (@nolo14 dixit), que si no tenéis ni idea, que yo llevo 40 años enseñando y a mí ahora no me vais a vender ninguna moto gripada.

Vamos a ir cargando el trabuco, primero lean este POST. Muy bien, ahora vamos a hablar de la forma de aprender que nos marcará la forma de enseñar, de eso tan lógico de «enséñame cómo evalúas y sabré cómo das clase». Todos los días lectivos tengo delante una veintena de adolescentes hormonados que van al insti a sacarse un título, a estudiar y a aprender, y casi necesariamente en ese orden. Parte de mi alumnado trae unas inercias de la escuela, una forma de organizarse, sus 5º y 6º de primaria han sido una especie de preparación para lo que se les viene encima en la nueva etapa, así que ya saben manejar libros, agendas y ordenadores, suelen dispersarse con facilidad y concentrarse con dificultad, nada nuevo bajo el sol. ¿Quieren aprender? Ni se lo preguntamos.

Cada persona trae su mochila, su sistema de adquirir conocimientos y demostrarlos en trabajos, exámenes, ejercicios o exposiciones, porque no sólo es importante «saber», sino «demostrar que se sabe», y no vengamos ahora con la fobia a los exámenes porque ahí afuera es lo que nos piden: selectividad, conducir, idiomas, accesos, títulos… De pequeños aprendemos repitiendo, o mejor, errando y repitiendo. Las tablas de multiplicar, las letras, las sílabas, el vocabulario, las oraciones, los dibujos, las canciones, todos son ejemplos de esa estrategia, la información nos llega por los ojos o los oídos, la procesamos, la hacemos nuestra y lo nuevo lo depositamos sobre lo viejo, relacionamos conceptos y generamos conexiones, lo hemos hecho así desde nuestro pasado más remoto como especie. La tabla de multiplicar la aprendimos cantando, pero es que mi alumnado de 4º de ESO aprende la mitosis igual, con una canción de Shakira, y en la carrera pudimos aprender las rutas metabólicas con el mismo sistema, hasta había un cancionero dedicado. En la escuela aprendimos historia memorizando datos, uno tras otro, creando similitudes entre los tiempos y las personas. Pasábamos horas delante de mamotretos escritos, recitábamos por los pasillos, repasábamos cinco minutos antes del examen. Y olvidábamos.

Sí, olvidábamos, eso que va contra lo que apuntaba arriba del «aprendizaje significativo». Mi aitite solía decir que nos olvidamos cosas para hacer sitio en la «cocorota», pero los grandes gurús de la pedagogía nos dirían que es porque lo aprendimos mal. Repasando cómo me aprendí los grupos de bacterias durante la carrera, me hace gracia el sistema, elaboré una tira enorme de más de 14 metros con papel de impresora, de ese microperforado y usado por el otro lado porque lo había pillado en la basura. 14 metros que estiraba por el pasillo de casa y mis ojos volaban de esquema en esquema para estudiar todas las características de cada grupo. ¿Me acuerdo de algo de aquel galimatías de Gram + y Gram -? Pues no. Es más, ¿es útil que me acordase? Pues depende.

Seguiré en otro post que éste se está haciendo largo, pero quiero recordar un fracaso, mi primer penco en matemáticas en mi historia estudiantil. Ocurrió en la primera evaluación de matemáticas de COU y la culpa la tuvieron las matrices y los determinantes, bueno, la culpa estaba repartida: mi forma de estudiar, la forma de explicar de mi profe, el p*to libro de Cenlit y la inercia de otros cursos. Siempre me ha gustado estudiar y he utilizado algo que venía de serie con mi cerebro, una memoria brillante de la que ya he hablado, pero con las matemáticas eso no solía funcionar demasiado bien. Durante el BUP seguía usando el instrumento, un poco de trabajo de enguarrindongar hojas con ejercicios y listo, hasta las integrales y los límites eran fáciles si usabas las fórmulas y la «idea feliz», ese concepto que no se explica, que se adquiere. Pues bien, las matrices y los determinantes se me atascaron, no entendía para qué leches servían (la informática estaba lejos aún), y practiqué poco. Me hubieran venido bien unos apuntes como ESTOS, pero mi libro no explicaba ni medio bien cómo se hacían los cálculos, así que fracaso total, suspendí y mi dignidad se vio dañada. Aquel Mikel de 17 años tuvo que replantearse estrategias para la recuperación, y no hay nada como preguntar al que sabe, o sea, a la gente que tenía por costumbre sacarlo todo en las recuperaciones. La fórmula era sencilla, que te lo explique alguien que no sea Txema, el profe, repetir los ejercicios sin mirar las soluciones y preguntar todas las dudas. Recuperé con notaza, aprendí una estrategia nueva, y olvidé. Hoy no sé hacer matrices ni determinantes, mi orgullo creo que tiene algo que ver.

Matriz_4x4_Det_19_Febrero

«Matriz_4x4_Det_19_Febrero» by malo2710 is licensed under CC BY-NC-SA 2.0 

Continuará.

Filed Under: Educación, insti

Fui prologuista de un libro que no leí, ahora…

mayo 14, 2019 by Mikel Leave a Comment

…he ojeado el segundo de Jordi Martí y le he hecho otro prólogo. Sí, lo sé, soy un kamikaze muy malo porque no me estrello nunca, pero repito caída en picado. Jordi «vende» sus libros en esta WEB, pero es poco catalán porque no les pone precio. Lean el prólogo y nos vemos abajo.

PRÓLOGO

Vuelve el prologuista del primer libro de Jordi, aquel que no se lo leyó antes de escribir el folio donde hablaba de las siguientes páginas. Esta vez ha sido diferente. Que conste que me hojeé el primer libro después de tenerlo y con éste lo he hecho antes, a ver, hojear, “sin más”, como diría mi alumnado. Antes de escribir el primer prólogo no conocía a Jordi más allá de nuestra interacción en Internet, no sabía si era alto o bajo, gordo o delgado, pero eso se solucionó en las jornadas que organizó en Puerto Sagunto junto a otros tres locuelos, Eduhorchata 2018. Allí me di cuenta de que mis loas y puyas no iban descaminadas, ese catalán del demonio tiene una verborragia difícil de controlar y lo hace notar en su blog a diario, pero además hace gala de una preocupación sincera por todo lo que rodea al hecho educativo. Parece que en este nuevo libro eso va a quedar patente una vez más, y también parece que va a hacer amigos y enemigos al 50%.

Su primer opúsculo tuvo miles de descargas y algunos cientos de ejemplares en papel. Fue muy comentado en las redes, pero seguro que no todo el mundo se lo leyó (ni el que hizo el prólogo), y seguro también que muchos de sus odiadores profesionales lo descargaron para someterlo a escarnio. Animado por el eco, Jordi se quedó con ganas de pasar la guadaña por ese campo sembrado de “educhorradas” que campan a sus anchas por nuestras escuelas, colegios e institutos, y este libro es prueba de ello. Haciendo honor a su fama de flagelador verbal, creo entender en una lectura en diagonal, que no deja títere con cabeza, como siempre. Arrea a toda esa gente que está prostituyendo la Educación con mayúsculas para convertirla en fuegos de artificio, a todos esos gurús que proponen métodos mágicos para aprender o a los que consideran que todo el mundo enseña peor que ellos con sus varitas de hechizos. A toda esa gente, Avada kedavra.

¿Para quién es adecuado esta obra? Pues como en los juegos de cartas frikis, para todo el mundo de 8 a 99 años, pero parece que se dirige a ese público que se mueve en lo educativo, vayan al índice (espero que tenga) y vuelvan, se harán una idea. Nos vamos a poner en plan anuncio de Coca Cola y casi con eso acabamos el prólogo.

Este libro es…

…para docentes que no creen en magufadas, que quieren cambiar su claustro y que sea realista, no surrealista.

…para discentes(alumnado) que sean víctimas de todas las prácticas que aquí se denuncian.

…para estudiantes de Magisterio o Pedagogía o toda persona que se quiera dedicar a enseñar, porque hay otros mundos pero están en este.

…para progenitores que piensan que todas esas palabras que acaban en -ing van a enseñar a su vástago a sumar, saber historia o ciencia, escribir bien o ser respetuoso con sus colegas. Pues no.

…para dirigentes de la Educación que creen que la escuela es un circo cuando habitualmente los payasos sin gracia son ellos.

…para políticos y políticas que legislan sin preguntar y se acoplan a cualquier moda con tal de que esté bien envuelta en tecnología y/o idiomas.

…para esos vendehumos, embaucadores, hijos de Cuarto Milenio, que suponen que la Educación es un terreno para experimentar todas sus marcianadas, sin importar las víctimas colaterales.

…para todos. Para todas.

Jordi lo ha vuelto a hacer, escribe mucho, a veces demasiado, quizá estos libros sean una oportunidad de ser el Readers Digest del catalán, una especie de compendio resumen debidamente maqueado de su complejo pensamiento, o de su pensamiento complejo, que lo mismo me da porque me da lo mismo. Si se atreven, lean, si aprecian a Jordi, lean, si le odian, lean, porque así tendrán razones para seguir a este peculiar docente que recibe besos y bofetadas a diario en cantidad alícuota. Yo le sigo en Twitter hace años y a veces también le atizo, por bocas.

 

Este catalán tiene polémicas a diario, le ponen a parir porque no tiene filtro, y es verdad, muchas veces se pasa y bien que se lo hacen (se lo hacemos) notar. No se engañen, en esencia es un bonachón con muchas ganas de hablar y de escribir, hay que apreciarlo así. Prueben, lean, y si no les gusta se lo cuentan a él, entra a todos los trapos.

 

 

Filed Under: xarxatic

¿Qué fue antes en la historia de la humanidad, el pan, el vino o la cerveza?

marzo 31, 2019 by Mikel Leave a Comment

Esa es la pregunta que escribí a mi alumnado en el Classroom la semana pasada, con el añadido sobre las fuentes: tenían que poner de dónde habían sacado la información copiando el link, aunque valía también el «me lo ha dicho mi abuela«. En principio hay que ponerla en contexto porque mezclar agua con trigo o con cebada, o ver qué le pasa al mosto del vino, con algo conocido tendría que tener alguna relación, Mikel es un chapas pero no da puntada sin hilo. En 1º de ESO estamos acabando con los seres microscópicos antes de dar el salto a las plantas y los animales, y los tres «alimentos» de la pregunta están relacionados por medio de una levadura microscópica, la misma para los tres, Saccharomyces cerevisiae. la «máquina» de las fermentaciones. Id pensando en la respuesta sin mirar en Internet y aplicad vuestra lógica de adultos, pero os voy a contar qué hace la gente de 12-13 años ante una pregunta así. Ahí va, en el siguiente párrafo.

Tomada de https://labur.eus/Q98PS

Chrome le ha ganado la partida a los otros navegadores así que ni se molestan en ir a google.es, ponen lo que buscan en la cajita de arriba y The Big Brother te dirige a la Wikipedia. Suelen probar primero en euskera para no tener que traducir las respuestas, un socorrido Ctrl+C seguido de un Ctrl+P obran maravillas, así que ponen «ogi», «ardo» o «garagardo», pero ahí empiezan los problemas, no está nada claro, hay datos contradictorios, hay épocas diferentes que no controlan, se habla del Neolítico, de Oriente, de China y les peta la cabeza. Algunos, algunas, copian y pegan sin piedad, ni contrastan ni buscan nuevos datos, «Altius, Citius, Fortius» como estrategia de aprendizaje, a toda leche y punto. Pero para el resto ya soy conocido, ya saben que hay alguna trampa y empiezan a dudar. Pasan la Wiki a castellano que tiene más letra, ergo más datos, y empiezan a mosquearse aún más: infoxicación al canto. Los más hábiles ya no se conforman con la Wiki, vuelven a la página de resultados e investigan, y ahora viene cuando la matan.

Terrible, cada web dice una cosa, nombra una zona donde se dio primero el vino, o el pan, o la cerveza, o todas a la vez, o ninguna. Cabreo. P*to Mikel. Ahora la gente más interesada pasa a las otras redes, a las individuales, hay que preguntar en el «Wha», o en ese grupo que tenemos en el «Insta», pero que no se entere todo el mundo porque entonces es la misma nota para todos y va a cantar. Estrategia, hay que buscar una estrategia. Bueno, «tú pon primero lo del vino, luego el pan y luego lo otro y yo cambio el orden», «ya, pero las fechas sin cambiar, que estaría mal». En esto que entran los progenitores a liarla y aplican su lógica. A ver, a ver, igual el vino porque es fácil pensar que del mosto recién pisado sale vino en unos días, o espera, en Euskal Herria tenemos el talo que se hace con harina de maíz, agua y sal, pero claro eso no es pan porque no tiene levadura y el «artoa» está traído hace unos 500 años. Ummm, pregunta a la abuela a ver cómo hacían pan en el baserri hace muchos años, o espera, que voy a preguntar a otros progenitores. O al panadero del pueblo. Total, que no se han puesto de acuerdo.

En Classroom hay una opción donde poder permitir que se puedan editar las respuestas, pero el p*to Mikel no la ha clicado, así que si me he equivocado en algo, pues ya está enviado y Alea jacta est, vamos que «la j*dimos audi nos con ventanas a la calle». Por tercera vez, p*to Mikel.

En fin, más del 60% del alumnado ha contestado con mejor o peor fortuna, de momento ahí os dejo la pregunta, haced vuestra averiguaciones y ya me contestaréis en los comentarios. O en Twitter que es donde voy a darle pábulo a esta marcianada.

Filed Under: insti

Para entender las claves dicotómicas, nada como algo conocido

marzo 1, 2019 by Mikel Leave a Comment

Seguimos con lo de la clasificación de la inmensa variedad de lo vivo y de nuevo me he encontrado con el salto generacional, de los 12 años a mi edad provecta. Mi compañero de trabajo, un recién llegado a la Educación Secundaria y que curra como un salvaje, le había propuesto a su alumnado este ejercicio de clasificación:

El resultado podría ser el siguiente:

Aquí es donde les he intentado explicar lo exitosos que eran los libros «Elige tu propia aventura», donde dependiendo de la decisión que tomaras en un relato, tenías que ir a una página o a otra, algo parecido a lo que ocurría en la clave dicotómica. Ni les sonaban. Les he comentado que fui jugador de rol y que se aplicaban conceptos parecidos, tomas decisiones y vas a un sitio o haces algo, habitualmente sagaz o violento, algunas veces mediatizado por unas tiradas de dados. Los dados les parecían familiares porque otra vez los usé para una ronda de preguntas, pero hasta ahí, ni los libros esos de aventuras, ni los juegos de rol de papel, lápiz, goma de borrar, tablas y dados, nada de nada. Bueno, eran otros tiempos.

Para explicarles la técnica de clasificación me he ido a algo conocido, al «Quién es quién», pero he elegido la versión francesa que tiene más equilibrados los géneros. Algo así:

Esto sí lo han entendido, con el menor número de preguntas, que al fin y al cabo son criterios de clasificación, tienen que adivinar quién he pensado. Para que luego digan que las pizarras electrónicas no valen para nada, la foto de arriba, la herramienta de dibujo del Smart y dale que te pego tachando.

Algo creo que les ha quedado claro, esto de clasificar toda la variedad que tiene Mamá Natura es una tarea cuando menos complicada, se mire por donde se mire.

PS: Por cierto, me ha sorprendido una chica, cuando la cosa se estaba poniendo complicada con pocas características que contrastar, ha utilizado las letras de los nombres de las personas para diferenciarlas, nada de si lleva gafas o no, que si tiene R en el nombre.

Filed Under: insti

Clasificar, algo tan, tan humano

febrero 26, 2019 by Mikel Leave a Comment

https://adurtza6.blogspot.com/2016/05/animalien-eta-landareen-sailkapena.html

Estamos ahora con la clasificación de los seres vivos, sí, eso que os suena de la escuela, lo de los Reinos, las especies y otras palabras que igual habéis oído de pasada: Phylum, género, familia… Hoy he llevado una bolsa llena de basurillas recogidas en mi casa que es una oda a Diógenes, un montón de cachivaches de todo pelo y señal. Pongo algunos:

Una linterna, 3 chapas reivindicativas, un mechero de la Insumisión, dos baterías de un MP3, 2 pilas gastadas, un reloj de pulsera sin correa que aún funcionaba, varios clips, una pelotita de futbolín, varios anillos, un par de cajas diferentes, una de plástico y otra de metal, un bolígrafo, un lapicero de Ikea, un perchero adhesivo, una piedra tallada, una funda de móvil, un bote de medicamentos, una bombilla LED, un paquete de pañuelos de papel, un destornillador pequeño, un portalentillas, una pinza de madera, un dado, un minilibro con los derechos humanos, monedas, un llavero, una llave, una jabón de un hotel…. y así hasta unos 40 objetos diferentes.

Les he pedido que intenten clasificarlos, al fin y al cabo es una de las funciones de los que nos dedicamos a la Biología, entre tanta diversidad tienen buscar un sistema. Les he pedido que establezcan una serie de criterios de clasificación (irizpideak en euskera), de forma que se puedan hacer conjuntos de objetos con cierta lógica.

Aquí sus sistemas:

Tamaño

Color

Uso

Forma

Material

Robados o no (lo decía uno por el jabón del hotel y la linterna)

Origen o procedencia

…

En una clase han sido más originales que en la otra, pero han hecho un buen trabajo. Se han tumbado en el suelo que es donde había tirado las cosas, y han intentando aplicar la lógica. Algunos y algunas han conseguido clasificar muchos de los objetos en categorías simples y otros han cumplido sin más («sin más», como ellos dicen). Después ha salido el marciano que llevo dentro.

A ver, lo siguiente que hay que explicar en el tema que nos ocupa es el sistema dicotómico de clasificación, elegir siempre entre dos variables y quedarte con la buena, pero no, el profe ha decidido que tenía que ir por otra vía. Hace unos años hice algo parecido en otro instituto (uno de mis alumnos que lo sufrió fue Ibai Gómez, hoy en el Athletic), y no teníamos lo que hay ahora. Pongo un par de pantallazos (si pinchas dentro vas a la web) y me explico:

________________________________________________________________


 

Estas dos herramientas de Google hacen algo curioso, la primera te propone con texto un objeto que has de dibujar, tienes 20 segundos y lo intenta adivinar. En sus entrañas tiene lo que han intentado dibujar bajo ese mismo concepto miles y miles de personas, compara, lo ajusta y suele acertar, además luego te explica cómo lo ha hecho. En la segunda herramienta tú dibujas libremente y el sistema te propone dibujos muy esquemáticos pero muy bien hechos de lo que tú estás intentando dibujar con mejor o peor fortuna. Repito, también suele adivinar para pasmo propio y ajeno. ¿Y qué tiene esto que ver con la clasificación que intento explicar? Os dejo pensando. Lo pongo mañana.

ACTUALIZACIÓN

Antes de explicar lo de ayer, el ínclito Francesc Llorens ha escrito este mediodía:

Clasificar e indexar: dos operaciones que definen la esencia de la cultura occidental desde Llull y Bacon hasta la algorítmica contemporánea.

Ser es ser indexado.#PensamientoFilosófico

— Francesc Llorens (@FrancescLlorens) 27 de febrero de 2019


Pues sobre eso iba mi marcianada de ayer, nos encanta clasificar, para la gente que amamos la Ciencia es casi una necesidad, y lo hacemos con criterios de semejanza y/o de diferencia. Generamos cajitas mentales donde colocar esos seres vivos dentro de la inmensa diversidad, les ponemos nombres que a veces nos dan pistas (por ejemplo, Coccinella septempunctata), y otras no (Darthvaderum), pero en esencia lo que queremos es tener referencias de dónde están colocados en el inmenso índice que es la Naturaleza. ¿Por qué usé las herramientas de dibujo de Google? Porque hacen lo mismo, comparan e intentan aproximarse a lo que otras miles de manos han hecho para expresar el mismo concepto. En el Corre, Dibuja, puedes ver miles de intentos de intentar explicar con pocos trazos cosas tan dispares como un granero o una mariposa, el programa busca, compara y clasifica, es más, hasta te habla y te da pistas.

Mañana tocará explicar las claves dicotómicas y espero que lo entiendan, por sudor no va a quedar.

 

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Plátanos, ese enigma

febrero 21, 2019 by Mikel Leave a Comment

Comentaba en Twitter que estaba recibiendo respuestas curiosas de mi alumnado de 12 años a una pregunta sobre plátanos

Le he preguntado a mi alumnado a ver si el plátano que comemos es una semilla, y si lo es y lo plantamos a ver si sale una platanera. Respuestas de lo más curiosas en el Classroom, mañana escribo algo en el blog.

— MiKeL (@eztabai) 20 de febrero de 2019

Buscan información, tratan de entenderla, filtrarla, fiarse de las fuentes, en fin, hacen lo que pueden. Aquí van algunas de sus respuestas debidamente traducidas:

  • No, no es una semilla, los plátanos salen de otro plátano.
  • El plátano que comemos no es una semilla, si lo plantamos no sale ningún árbol.
  • No sé si es una semilla, pero creo que no saldría ningún árbol porque dentro no tiene semillas. Si resulta que sí sale el árbol será por la peladura del plátano. Muy buena pregunta.
  • No tiene semillas, no saldría árbol.
  • He estado en Internet buscando y he encontrado que es un bulbo con forma de cebolla y que de ahí salen los árboles y de los árboles los plátanos.
  • El plátano no tienen semillas, sale de un bulbo.
  • El plátano que comemos no es una semilla, pero sí lo es su racimo. Si plantamos el racimo entero saldrá un árbol.
  • No, desde el punto donde le quitamos la peladura (por donde lo cortamos), ahí dentro está la semilla.
  • Creo que hay dos formas:
    1-Al plantar un plátano le salen unas hojas, esas son las que replantamos y sale el árbol.
    2- Plantamos la parte negra que tiene el plátano y de ahí sale el árbol.
  • Primera pregunta: El plátano no es una semilla, la semilla del plátano es la parte de abajo del tronco del árbol, una especie de planta. A la segunda pregunta: No, porque la semilla no es el árbol.
  • El plátano no es una semilla y si lo plantas no saldrá un árbol. Punto.
  • El plátano no es una semilla y no tiene semillas, pero funciona como una semilla. Los plátanos son como clones, uno hace surgir a otros, y si los plantamos saldrá el árbol.

Habrá más que todavía les queda toda la tarde para pensar y redactar. Algunas respuestas tienen su coña, desde la que se permite calificar la pregunta como «muy buena», hasta la que plantea soluciones imaginativas para que salga un árbol sí o sí. Quizá no les parece algo muy novedoso porque comen naranjas y mandarinas sin pepitas, sin semillas, pero sabía que lo de los plátanos les iba a poner la mosca detrás de la oreja.

 

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Cuando te das cuenta del abismo generacional y te rectifican a tiempo

febrero 19, 2019 by Mikel 1 Comment

Se acababa la clase de Bio-Geo en 1º de ESO, hablando de la evolución habían salido los dinosaurios a colación y a uno se le va la cabeza a Parque Jurásico y a un chiste que leí ayer en Twitter. Esta tarde lo comentaba en la red del pajarito porque, en fin, en el aula me pasan cosas:

Al acabar la clase he intentado contar el chiste de ahí abajo a mi clase de gentecilla de 12 años. Luego escribo algo en el blog sobre lo que ha pasado. https://t.co/pIAsUgtcis

— MiKeL (@eztabai) 19 de febrero de 2019


En cuanto he empezado a contarlo previa traducción al euskera, me he dado cuenta de mi error. A ver, 12 años, igual sí que han visto la peli y saben qué es el ámbar, igual no, bueno, venga, me lanzo, digo lo del semáforo y veo estupor en sus caras. Al acabar y oír los «sonidos del silencio» ha empezado un diálogo de besugos:

  • ¿Sabéis lo que es el ámbar?
  • …
  • ¿Habéis visto Parque Jurásico?
  • Ah, sí
  • ¿Y habéis entendido lo del semáforo?
  • Mikel, entre el verde y el rojo está el anaranjado. ¿Qué es el ámbar?
  • AY (esto lo he pensado, no lo he dicho)

Vale, error del profesor chistoso que no ha sabido medir, fallo gordo, pero ahí no ha acabado la cagada. Tengo en esa clase un par de personillas mínimas de estatura, chico y chica, que están a la que salta. Respondiendo a la pregunta que era un clamor en clase, han intervenido casi a la vez. Yo callado.

  • ¿Ámbar no es una cerveza?
  • Mi aita es la que compra.

A tomar por «flai» el chiste, la clase y el sentido de la vida. Les ha faltado abuchearme y no lo han hecho porque son un encanto de personas.

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