Sigo con la historia de mi idilio con la lectura, aunque quizá no lo haga en el orden cronológico correcto. Vamos a la década de los 60, a los años finales y con un Mikel con 7 escasos años que ya leía a buena velocidad. Unas circunstancias familiares hicieron que nos tuviéramos que mudar durante una temporada a Basurto, un barrio de Bilbao, a casa de un amigo de mi aita, Benito, lector empedernido desde siempre y hete aquí que debajo de una cama, en esos momentos de exploración que tienen los niños, zas!, me encontré una caja muy alargada llena de… comics! Hazañas Bélicas a saco, una porrada de esos que parecía libritos de Marvel y mucho más. Allí estaba yo, a tan temprana edad, devorando Estela Plateada, Spiderman y mi favorito, Thor (por cierto, la peli no me gustó demasiado). Esos héroes tristes de Marvel, con sus problemas familiares o personales, me comieron el coco. Me encantaban las interjecciones que ponían para ilustrar los golpes (Tump!, Scratch!…), los rayos (Shazham!, Fuzzle!…), y las peleas donde, a veces por los pelos, esos héroes triunfaban, pero sobre todo me gustaba cómo el guión, la letra, se ajustaba a lo que veía dibujado. Siempre he sido un manta en el arte del dibujo y todo lo suplía a base de dar complicadas explicaciones de las chapuzas que cometía en Plástica (eso da para otro post), pero la maestría de esos dibujantes me dejaba anonadado, y la historia que contaban y que yo devoraba letra a letra era ilustrada de un modo que mi fantasía hacía el resto. Cuando dicen que hay lectura adecuada para ciertas edades y otra que no, en fin, me acuerdo de lo que yo he vivido y me río mucho.
Cómo me enamoré de la lectura y otros cuentos contables (Tercera parte)
Otro de los muchos agradecimientos que tendría que dar a mi aita y mi ama en esto de haber criado a un lector compulsivo, es el desvelo que tenían con comprar enciclopedias a plazos teniendo en cuenta las dificultades económicas que había en casa. Cuando ya fuimos avanzando en la EGB mi hermana y yo, y más adelante con nuestra entrada en el insti, en casa nunca faltaron los diccionarios enciclopédicos (el Durvan aún sigue allí), las enciclopedias temáticas de Salvat (de las Ciencias, Conocer el Mundo, de la Segunda Guerra Mundial…), la colección Dime (Dime quién es, Dime cuéntame, …), libros temáticos como Las Maravillas del mundo o algunos de Cousteau, en los que me sumergía para salir con la cabeza llena de datos que me permitían ser un repipi en casi todos los sitios. Cuando veo ahora a Sheldon, el personaje de la serie The Big Bang Theory, recitando de memoria datos que a los otros les importan una higa, jo!, me parece que los guionistas conocieron a aquel Mikel diminuto que quería saberlo todo de todo. Es más, y esto en primicia: yo ya tengo elegido el epitafio que me gustaría que escribieran en la urna con mis cenizas: QUERÍA SABER, SABÍA QUERER.
En la adolescencia llegaron Tolkien y los filósofos por los que me interesé en 3º de BUP, y así Fromm o Nietzsche fueron también devorados, y por cierto, no me gustaron demasiado, pero si algo ha marcado mis lecturas desde aquellos tiempos, eso ha sido la Ciencia, así con mayúsculas. Para pasármelo bien y meter horas y horas leyendo en los sitios más inverosímiles, la Ciencia-Ficción ha sido mi compañera más fiel, desde Asimov a Clarke, desde Delany a Stanislaw Lem, ¡por dios!, ¡qué gozada! He viajado a los confines de la Galaxia, al fondo del ser humano, a lo más sórdido de nuestra especie, a mundos que no existen y a planetas improbables. Para aprender datos, datos y más datos he leído libros de Divulgación Científica a saco Paco, por el simple placer de saber de casi todo un poco y no demasiado de casi nada, es más, hoy es el día que aún leo con fruicción todo lo que tenga que ver con ambos generos, divulgación y ciencia-ficción. Es curioso, la fantasía nunca me ha enganchado, amigo Ignacio.
Cielos! Aún me queda nombrar a Eco y a otros muchos. Lo siento mucho pero habrá un post final.
Lo mío con la ciencia ficción ha sido un idilio tardío. No porque no me llamara la atención siendo un niño, sino porque ama no creía que eran lecturas recomendables para mi tierna mente. Creo que, desde que me he independizado, 3 de cada 4 libros que he comprado son de ciencia ficción. Así he llegado a leer los mayores pestiños que ha conocido el universo… y las parábolas más fantásticas que ha creado la mente humana. Un abrazo, Mikel.
Iker, yo recomendaría la ciencia-ficción desde la más tierna infancia porque es una ventana a lo más emprendedor de la naturaleza humana. Además del gusto por la Ciencia que se puede contagiar con esa práctica, la imaginación crece y crece entre estrellas, naves y artilugios, pero sobre todo porque ese género suele retratar muy bien a nuestra especie, bastante mejor que una novela romántica. He dicho!