Hace ya varias semanas que empezamos a informar al alumnado del instituto sobre lo que era un virus, sobre éste en concreto y lo que podría pasar. El biólogo que da clases en 1º nos habló del interés que se había suscitado entre la gente menuda, muy dada a los bulos y a dramatizar por cierto, así que los otros dos biólogos del centro acudimos a la llamada. Somos un ecólogo, un zoólogo especialista en murciélagos y yo, un microbiólogo, la terna perfecta para explicar el SARS-CoV-2. Pues bien, lo hicimos en 1.B y 1.C, luego fue en nuestras propias clases de 3º y 4º, pero… todo se precipitó. Nos quedaron pendientes 1.A y los segundos, la situación del Coronavirus se globalizó, la cosa se puso malita y va a ir a peor. Ahora vamos a ver las reacciones del entorno.
Cuando se empezó a vislumbrar hacia dónde nos dirigíamos (cierres, suspensiones, anulaciones), hubo ya diferentes actitudes que van a ser el motivo de estos párrafos. Esta crisis del enemigo invisible va a sacar lo mejor y lo peor de esta sociedad hipercomunicada, la globalización trae estas veleidades, virus incluidos. Vamos pues al lío.
Desde la dirección de mi centro he visto cosas que vosotros no creeríais:
- He visto a docentes penar por todo lo que no se va a poder dar del currículum.
- He visto a docentes pasar totalmente de lo que no se va a poder dar del currículum.
- He visto a directores/as esperar una orden caída del cielo para anular reuniones, salidas o viajes de estudios.
- He visto a progenitores muy asustados por tener a sus vástagos tanto tiempo en casa «sin hacer nada más que dar por c*lo (sic)».
- He visto a equipos directivos que pensaban obligar a sus docentes a ir a diario al centro para asegurarse de que el trabajo se realizaba.
- He visto a inspectores/as ser más papistas que el Papa, ajustarse tanto a la normativa que la lógica saltaba por los aires.
- He visto a personas absolutamente obsesionadas con la limpieza de suelos, pupitres y barandillas, con crisis histéricas por el posible contagio, y a otros muchos pasando olímpicamente.
- He visto a adolescentes entusiasmados con el cierre del centro desde el minuto uno y preocupados con lo que iban a perder de clases en el minuto tres.
- He visto a dirigentes educativos delegar las decisiones en manos de las direcciones, de forma que en estas duras circunstancias entendimos perfectamente el nombre: Delegación de Educación.
- He visto a políticos superados por las circunstancias.
- He visto a técnicos opinando un día una cosa y al siguiente la contraria, y además queriendo tener razón en ambas ocasiones.
- He visto a divulgadores científicos menospreciando, magnificando, minusvalorando o relativizando el efecto del virus en semanas alternas, sin ningún rubor, sin rendir cuentas a nadie.
- He visto a docentes y progenitores salir por patas del instituto para llegar al supermercado antes de que se acabase el papel higiénico.
- He visto hipocondríacos/as en todos los grupos humanos que transitan por el centro, gente huidiza a la que le gustaría ir plastificada para evitar gérmenes y miasmas.
- He visto lo contrario de ser hipocondríaco, esto es, gente que, en plena histeria por el coronavirus rampante, sería capaz de ir chupando barandillas, comer encima de un pupitre infecto o meterse a la boca cosas que harían vomitar a una cabra.
Para acabar esta chapa, un detalle. Ayer veía un tuit de Jan Martínez Ahrens que rezaba lo siguiente:
Lean a @and_rizzi en estos tiempos del virus: “Al final del todo, volveremos a abrazarnos. Pero, sin duda, habremos visto a algunos que no apetece abrazar. ¿Seremos dignos de un abrazo al final? Conviene preguntárselo en cada decisión”.
Con esto queda todo dicho.
P.S.: Quiero dedicar este post a mi prima Natalia que está luchando en uno de los focos de este problema, el hospital de Miranda de Ebro, donde aún hay ingresados de aquel funeral de Gasteiz que la lió parda. Ánimo, Natalia.